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jueves, 26 de agosto de 2010

Pasos

Hoy me he decidido a bajar a la calle. Me he encendido un pitillo y he empezado a andar, que raro es todo, yo no fumo. Pero hoy todo me da igual. Me cruzo con personas, todos tienen su cabeza pegada al cuerpo, un par de brazos y algunos y algunas unas piernas horrorosas, no digamos del tronco, parecen masas mal formadas. Menos mal que las veo distorsionadas sino empezaría a vomitar y no podría parar. Algún perro me mira con cara de incomprensión, porque me atan a una cuerda, porque me pegan cuando saco de mi los flujos naturales, porque una persona pequeña me estira el pelo y yo no puedo defenderme, porque soy tan malo si solo quiero cariño... parece que es lo único coherente que oiré hoy. Quizás por mis palabras parecería que estuviera deprimido o algo desquiciado, ¡que va! hoy me siento bien.
Las calles son empinadas, mis piernas se van endureciendo cada vez más, ¿llegaré a ese punto en dónde las calles bajan?, seguro que si. Ya está ya veo ese punto, por fin podré relajar mis extremidades, esta bajada hará más fácil mi camino. Lástima que tropiezo con el primer paso y mi camino plácido se convierte en ir rodando calle abajo. Voy a cámara lenta y puedo observar como me miran las personas con cara de sorpresa. Algunos gritan: !Oh que alguien lo pare! !Pobre se hará daño!...otros se ríen. Me golpeo con un BMW mal aparcado en un paso cebra, después con un contenedor de basura mal puesto, arroyo a un anciano y me llevo su dentadura pegada en el hombro, parece que todo va bien. Cuando llegue a mi destino podré relatar todo lo ocurrido. Nada.
Sigo rodando por la avenida sin sentido, al fondo veo la puerta blanca que accede a mi fin. Que somos sino unos caminantes que esperan atravesar la puerta final. No, no hablo de la muerte. Hablo de asesinar un día más. Para mi un minuto es una vida, para otros un suspiro, los segundos se me pegan al cuerpo cada vez que transcurren, parezco un cactus intemporal. Intento recordar cuando mi vida era normal, o es ahora. Ya no lo sé. Da igual las paredes acolchadas me esperan en breve, intentaré rodar más deprisa para que no me cojan. Es inútil, voy directo a ellos. Ya me esperan. Quieren que disfrute del paseo matutino, pero no veo lo que ellos quieren que vea, por eso quiero rodar, pero no me dejan. Batas blancas, irracionalidad, babas, ojos en blanco, familias que miran sus relojes para irse a sus casas y así cumplir el cupo del mes, "he visto a mamá 2 minutos este mes, me voy"... ese tiempo es un mundo aquí. El jardín me arde en los pies. El olor a jazmín me dan nauseas y vomito en cuanto no me ven los de blanco. Supongo que los narcóticos ayudan a ese proceso de regurgitar los alimentos precocinados, secos, aguados o pastosos. Quizás no tengamos un concepto acertado de la realidad pero nuestras papilas gustativas son como la de los demás, quizás varíe un poco porque se nos duerme la lengua a veces, las amarillas son las más odiosas no te dejan expresar con sonidos coherentes. Pero el cerebro si que va funcionando, yo odio las azul cielo, esas te nublan el entendimiento y eso no lo soporto, ¿estoy hablando?.
Ya queda poco para golpear con mi cuerpo la puerta blanca, la sirena de las doce suena, es como un martilleo incansable en la sien. No hace falta que me cojáis por los brazos por desgracia ya se el camino, y si no me drogarais tanto podría usar eso que vosotros llamáis piernas. Cuando te arrastran siempre hay algo que duele, si el alma también, o la auto estima, o las ganas de vivir, pero me refiero a los empeines, se doblan los pies ya que pesan varias toneladas los dedos se doblan y primero pierdes la zapatilla izquierda la derecha ya no sabes donde está, entonces la gravilla del camino hace estragos con las falanges, la piel se va desgarrando poco a poco y gotitas de sangre vuelven a aparecer en las costras de unas heridas antiguas. Todo queda en nada cuando el jardinero saca la manguera y hace su trabajo. Nadie me pregunta como estoy, nadie se preocupa de mi estado. Veo a esa aloevera tan bien cuidada que desearía ser ella. Pero no, simplemente soy yo, soy...el número 88 creo que de apellido Room, o eso es lo que oigo cuando me vienen a buscar. Que majos son para que no olvide mi habitación han puesto mi nombre en la puerta, en una chapita plateada bastante mona: "88 room". Que amables me dejan caer en mi cama, no se habrán dado cuenta pero no han acertado mucho eso o he rebotado hasta el suelo, menos mal que está algo acolchado. No se cuanto tiempo llevo aquí pero quiero cerrar los ojos y esperar de nuevo a encenderme un pitillo, ¿les he dicho que no fumo?