Portada de mi libro

Portada de mi libro
Diseño Alfredo Viguer

Nuevo Libro

Nuevo Libro
Portada Alfredo Viguer

Accede a mi libro

Clicando en el enlace podrás descargarlo gratuitamente o bien comprarlo. Para latinoamérica también, aunque no para todos los paises. Gracias

Seguidores

martes, 4 de diciembre de 2012

Hola y Adios

Hola. Iba acompañado, caminando por los pasillos de lo que parecían unos grandes almacenes. Frío. Hacía frío. Daba la sensación que llovía del techo de aquellos pasillos, rojizos por la estructura ósea del edificio. Frío. Hacía frío. No sabía donde nos llevaba nuestras piernas, atadas a unos pies estúpidos que seguían un andar sin sentido. Pero entonces ocurrió. Lo inexplicable. Lo increíble. Lo insospechado. Lo que menos me esperaba. Me crucé con ella. No miramos. Mi cuerpo y mi alma retrocedimos quince años, quizás más. Ella se detuvo. Yo me congelé. Nos dimos la vuelta y volvimos a mirar, esta vez deteniendo el tiempo. El mundo había muerto pero nosotros seguíamos con vida. El movimiento a nuestro alrededor era imperceptible a nuestros sentidos. Nuestros cuerpos se movían muy despacio, se acercaban, sin dejarnos de observar. Nuestra bocas empezaron a ponerse en posición junto a otros órganos y partes de la zona respiratoria para articular algún sonido que tuviera sentido, queríamos articular alguna palabra, a poder ser coherente. Creo que sonreíamos y nos preguntamos a la vez si éramos nosotros: Hola…; Hola…eres tu?....; sí…y tu lo eres?. Seguramente no pueda decirse que aquello fue una conversación. Como se puede dialogar tan banalmente cuando tienes delante a quién fue el amor de tu vida?. Seguíamos acercándonos hasta que nuestros cuerpos se entrelazaron en un abrazo interminable, lo raro fue no oler a su fragancia que tanto me gustaba, pero aún así lo volví a sentir, estaba vivo. Noté como su corazón se aceleraba, el mío parecía un doble bombo, la sangre me hervía y galopaba como una manada de caballos salvajes, nada tenía que ver con lo que sucedía a nuestro alrededor. Me dio la sensación que ella no se quería separar de mi, o quizás era yo el que no quería, al final lo hicimos, nos fuimos separando muy despacio, sin dejar de tocarnos y mirarnos, nos dimos unos centímetros de margen. Antes de separarnos del todo nos dio tiempo a unas ligeras caricias con nuestros labios. Mi mejilla era como un manantial de felicidad. No quería que ese inocente beso acabara nunca. Que fugaz. Que intenso. Que navajazo más profundo. -Que tal, como estás?....-Bien y tu?...-Bien….- Señalando a dos niños le pregunté: Son tus hijos?...-No, son de él…-Alargo la el brazo y con su mano derecha señaló a un hombre de mediana edad, con barba y calvo. Lo ignoré por completo, me giré y le dije: Mira te presento a mi cuñado….-Encantado…-Encantada…-Dame un momento -se dio la vuelta y se dirigió al calvo: Permíteme que tome un café, serán diez minutos….-Si, no hay problema cariño…- Entonces la abrazó y le dio un beso que me produjo nauseas y asco. Me imagino que se sintió amenazado como hombre, como pareja o como vete tu a saber que tipo de relación tenían. Sin saber quien era yo, mi presencia le causaba incertidumbre, miedo, temor, pánico de no saber si la volvería a ver. La dejó ir como el que deja el cabo para varar un barco a manos de un ciego. Así que hizo lo que debía, orinar cual macho alfa de una manada de perros. Tuve que darle la mano ya que ella nos presentó, no me gusto, me la cogió como si mi mano se fuera a derretir o como si cogiera un pañuelo de seda. Era fría. Sin expresión. ¿O quizás era yo el que estaba muerto?. No lo sé. Solo quería huir. Desvanecerme. Partir. Con ella. En un solo viaje. De ida. Le dije a mi acompañante que siguiera solo, que yo no iba. Me miraba con cara de no saber nada pero de entenderlo todo. Demasiado quizás. No me importaba su reacción, ni su pensamiento. Vete ya!. Es lo único que mi mente quería decirle. No se lo dije solo me di media vuelta y me fui. Acepté con mucho gusto su mano cogiendo mi brazo. Me pareció increíble que quisiera agarrase a mi. Daba la sensación que no habían pasado esos quince años, que todo aquello que había transcurrido era un simple sueño y que lo de ahora era lo real. Como si nuestras vidas hubieran retomado aquello que para mi fue lo mejor que jamás hubiera vivido. No creo que paseáramos, creo que flotábamos. Pero todo gas que flota acaba por mutar, por transformarse, hasta que se desvanece. Íbamos por un sin fin de pasillos laberínticos. Raros. La humedad se convirtió en luz solar pero el surrealismo nos toco como por gracia divina. Llegamos a un bar y ella se puso a ordenar las cañitas de plástico por colores. Las iba separando y las colocaba en diferentes. Luego se cogía la mano y se susurraba cosas inconexas e incoherentes. La mujer a la que deseaba se había convertido o en una niña o en una posesa de los narcóticos o antidepresivos. Que locura. Me ardía el pecho como si se me marcara a fuego mi destino. Cuando te acercan un hierro incandescente a cierta distancia la piel ya empieza a notar su calor y se resiente, los nervios más cercanos a la superficie estás tensos y se preparan hacer su viaje hacia el cerebro para decirle que algo está quemando; eso me pasaba a mi, mi sueño parecía desvanecerse pero mi físico se resistía. Notaba que a cada paso que dábamos me iba despertando, y no quería. Ella me miró, me tomó la mano, sonrió como lo hace un hijo a su padre. Como si no nos hubiéramos movido del lugar inicial a nuestro encuentro me encontré de nuevo con los pasillos húmedos, con mi cuñado, con los dos niños, con él, y ella jugueteando con los bolsillos de su chaqueta, aquella de aviador que se ponía cuando nos íbamos a la montaña, cuando nos perdíamos del mundo, cuando hacíamos de cada lugar explorado nuestra mundo nuestras vidas, aunque solo fuéramos a comprar media docena de huevos aquel día era maravilloso, aquella tienda era nuestro palacio, y los huevos el sentido a nuestras vidas. Me soltó y mi mano cayó al suelo putrefacta y mi alma se escapó por el muñón que me quedó. Se abalanzó hacia él y se abrazaron, se fundieron en uno cuando se besaron. Sin despedirme, cabizbajo, me di la vuelta, miré a mi acompañante. Su mirada me lo decía todo, su mirada se me clavaba justo ahí donde duele, en la razón. Me dijo entre susurros: No lo ves?, despierta ya!, estás soñando, sígueme. Tienes que dejar de vivir, porque mañana vas a volver a morir.- Así lo hice, me desperté y la oscuridad me envolvió. No recordaba lo doloroso que es estar enterrado. Adiós. Juanjo Sotoca 27/11/2012 Código:1212042787996 Fecha 04-dic-2012 19:19 UTC